El lado oscuro del TLCAN: una historia sobre el campesinado en México
Abstract:
In spite of the enormous commercial benefits brought by the North American Free Trade Agreement (NAFTA), millions of Mexican farmers have been forced to withdraw from the market as an effect of poorly regulated liberalization and national agricultural policies. Small Mexican producers lack the necessary resources to compete against a highly subsidized American industry dumping the prices. It turns out that, when the decisions are made by industrialized oligarchies only, the poorest sectors of the population are unable to jump on the development train, and cooperation becomes a synonym of zero-sum game.
¿Qué tienen en común un puesto en Wall Street (Nueva York) y uno en Xochimilco (México, Distrito Federal)? Si su respuesta fue mexicanos, lamento informarles que pudieron haber sido aún más específicos: mexicanos vendiendo mazorcas de maíz –también conocidas como elote o choclo en algunas regiones.
A principios de noviembre, mientras caminaba por Wall Street, me encontré con varias pancartas anunciando Corn on the Cob por tres dólares. Al acercarme atraído por la curiosidad y preguntar qué hacían ahí, la encargada del negocio respondió que habían dejado su tierra porque no había empleo. “Aquí también los pobres trabajamos”, agregó ésta, “el local es del patrón, nosotras sólo vendemos y recibimos un salario.”
Así como estas personas, millones de campesinos mexicanos se han visto forzados a emigrar a causa del mal manejo de la agricultura a nivel nacional y de las políticas neoliberales de apertura comercial manifiestas en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Todo apunta a que si no hay conciencia social, cualquier medida para fomentar el desarrollo económico será condenada al aumento de la desigualdad, al juego suma cero.
Por un lado una pequeña clase oligárquica mexicana –misma que no ha negociado un TLCAN que proteja a sus propios campesinos–, se ve favorecida por un mercado más amplio, precios más bajos y mayores niveles de inversión foránea. Por el otro, una enorme cantidad de pequeños productores –que forman el 80% de la población mexicana en zonas marginales–, debe retirarse del mercado a causa de la imposibilidad de competir con el dumping generado por los productores estadounidenses.
Si bien es cierto que las exportaciones de México a Estados Unidos han crecido de 52 a 250 mil millones de dólares entre 1995 y 2006 gracias al TLCAN, también es importante considerar que al mismo tiempo las importaciones de productos básicos altamente subsidiados –maíz, soya, trigo, algodón, arroz, carne, cerdo y pollo–, han aumentado entre 159 y 707% generando una disminución de precios. El día de hoy, una nación que presumía contar con autonomía alimenticia importa al menos un 40% de los productos que consume, y entre ellos, más del 50% provienen de EUA.
Con la entrada en vigor en Estados Unidos de la “Ley de Apoyo al Campo”, miles de hectáreas de tierras estancadas recuperaron su productividad con el soporte de subsidios equivalentes al 30% del precio de producción, generado un aumento en las exportaciones a México aún por encima del contingente arancelario establecido.
Como respuesta, programas mexicanos como PROCAMPO –cuya finalidad inicial era generar el crecimiento de la agricultura para fomentar la competitividad–, han limitado su labor a intentar salvar a una pequeña proporción de productores. Con subsidios insuficientes de tan sólo 66 dólares/ha, las instituciones mexicanas no pueden contrarrestar la pérdida generada a causa del dumping extranjero, misma que asciende a 99 dólares/ha producida en México.
Como es natural, la fuerte infraestructura de la competencia hace a los pequeños campesinos mexicanos poco competitivos. En tanto que en las compañías estadounidenses hay 1.6 tractores por cada trabajador, en México se cuenta con 2 tractores por cada 100 trabajadores.
Sin embargo, México olvidó su papel de exigir ya fuera durante la firma del tratado, o ante la OMC el respeto al contingente arancelario y el control de subsidios para una apertura de mercado justa y simétrica. Y a estas alturas, lo único que puede hacer es esperar por la solidaridad de Estados Unidos o ejercer presión para renegociar las condiciones del tratado, exigiendo la estandarización de normas y la creación de un acuerdo de apoyo social para equilibrar ambos mercados.
Por el momento, la balanza se encuentra inclinada hacia el lado de Estados Unidos, lo cual de acuerdo con los estructuralistas se explica porque los países desarrollados siempre utilizan las herramientas de libre comercio para su propio beneficio y nunca en contra de sus propias minorías.
Así es como la fuerza de la sociedad industrializada ha dejado al campo mexicano vulnerable tanto en el mercado externo como en el mercado nacional. Si ninguno de los dos países hace algo y se continúa privilegiando únicamente intereses de los más ricos, la población rural de México seguirá siendo forzada a emigrar y retirarse del mercado para incurrir en la agricultura para la subsistencia. Así dicta el paradigma económico actual: donde hay ganadores, debe haber perdedores.
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