El $ueño americano: La historia de un reencuentro
(Fotos familiares del autor de este texto. Puede hacer click en cada una para verlas en tamaño grande).
Abstract: Many Colombians, motivated by different reasons, have migrated to the United States in recent years. In my family’s case, the decision to migrate led to a long separation, and an emotional reunion. I’ve been able to observe immigration’s effects on the culture and identity of each of my family members, and how this continued mixing enriches and transforms human culture. (You may click on the pictures for bigger size.)
En la época de la colonización de las tierras que hoy llamamos Colombia, se produjo una gran mezcla cultural y racial entre los indígenas sobrevivientes, los invasores españoles y sus esclavos africanos. A partir de 1499 y en los años siguientes, recibimos un alto volumen de europeos que aprovechó la aniquilación casi total de pobladores nativos para poblar la zona. Desde entonces, Colombia nunca volvió a ser un destino migratorio por excelencia. Por ello nunca nos hemos preocupado por frenar la inmigración de extranjeros. Por el contrario, el gobierno ofrece grandes incentivos y facilidades para atraer inversionistas y turistas al país.
Nuestros flujos migratorios, al igual que en la mayoría de países latinoamericanos, se han dado y se siguen dando “hacia afuera”. La historia de mi familia no escapa de ese destino.
Entre 1960 y 1977 emigraron aproximadamente 116,400 colombianos rumbo a Estados Unidos, ahuyentados por la gran inestabilidad económica, política y social del país. Entre ese grupo se encontraban mis abuelos maternos y sus cuatro hijos, quienes por la difícil situación económica familiar, decidieron buscar nuevas oportunidades en el exterior. Fue así como mi mamá llegó a Nueva York a los 16 años, donde terminó el colegio y la universidad. Poco después regresó a Bogotá, se casó y tuvo tres hijos. Fue la única de los cuatro hermanos que volvió a vivir en Colombia; los demás decidieron permanecer en el país norte americano. Dos de ellos intentaron emigrar a Colombia en la década de los noventa, pero al llegar al país suramericano fue tan fuerte el impacto cultural, especialmente para sus hijos pre adolescentes, que desistieron de la idea y regresaron a los Estados Unidos al poco tiempo.
Años más tarde, cuando mi madre decidió visitar a sus familiares, pidió una visa en la Embajada de EEUU y se la negaron. Tal fue su indignación, que no volvió a intentarlo, convencida de que nunca pisaría de nuevo suelo “americano”. A partir de entonces sólo se vio con sus padres y hermanos en las pocas ocasiones que ellos pudieron hacer un viaje a Colombia. La última vez fue hace 19 años.
Yo, por mi parte, nunca quise solicitar una visa. Los complicados requisitos y la enorme posibilidad de que ésta me fuera negada (como le había sucedido a mi madre, y como aún hoy le sucede a una inmensa mayoría de colombianos), terminaron diluyendo cualquier motivación de visitar a mis familiares residentes en ese país.
En consecuencia, crecimos separados. Solo hasta hoy, gracias a un pasaporte europeo que llegó a mis manos debido a la existencia de un bisabuelo italiano, he podido reencontrarlos y contar esta historia, mientras comparto un tiempo con mi abuela de 89 años, después de casi veinte años de comunicaciones por correo postal. Para mí ha sido un milagro volver a verla. No pensé que fuera posible.
Lo triste del asunto es que no se trata de una historia única, sino de una realidad que atraviesan miles de personas en mi país y que aún hoy se mantiene vigente.
Tal y como en su momento lo hicieran mis abuelos maternos, durante las últimas, décadas millones de colombianos han salido del país, huyendo de la violencia y las difíciles condiciones laborales y sociales propias de cualquier realidad latinoamericana. Y es que mientras en Colombia, trabajando un mes con el salario mínimo, ganas aproximadamente 318 dólares, en EEUU puedes ganar lo mismo en tan solo cuatro días. Muchos, seducidos por esta diferencia abismal, ven en la emigración una salida a los problemas económicos.
Estados Unidos, país que cuenta con 39,9 millones de inmigrantes (aproximadamente un 20% de su población), ha sido el destino más apetecido para quienes buscan nuevos horizontes. Aunque este país es uno de los más estrictos en cuanto a aprobación de visas, en su territorio se encuentran unos 394,308 residentes colombianos, sin contar los indocumentados. Estados Unidos cuenta con inmigrantes de casi todo el mundo y la participación de éstos en la economía es fundamental. Sólo en Miami, el aporte de los inmigrantes representa hasta el 38% del PIB.
Reencontrar una familia “agringada” pero con fuertes raíces colombianas ha sido una experiencia muy emocionante e impactante. Mi tía, a pesar de que lleva 45 años en EEUU, conserva su aire latino. Aunque su estilo de vida es completamente norteamericano (su casa cuenta con lavadora de platos automática y cuatro carros en el garaje), al compartir con ella te sientes más con una colombiana que con una gringa, especialmente por su sentido del humor y comentarios.
Mis primos hablan muy poco español y su forma de ser no delata, a simple vista, rasgos latinos. Sin embargo, percibo en ellos un sentimiento de nostalgia hacia Colombia así como curiosidad e interés sobre su cultura. El mayor tiene un gran deseo de emigrar a Colombia y el menor, interés de investigar el árbol genealógico de la familia.
A pesar de su casi medio siglo en Estados Unidos, a mi abuela le cuesta mucho trabajo comunicarse en inglés y prefiere el español. Paradójicamente, a estas alturas de su vida, se comunica mucho más fácilmente con su nieto colombiano que creció tan lejos, que con sus nietos estadounidenses que siempre han estado a su lado.
Son muchos los motivos que generan la migración de personas en el mundo, y como consecuencia de esta tendencia humana, se produce una continua hibridación que enriquece y transforma día a día la cultura del planeta.
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