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La fuga de cerebros: una salvadoreña en la NASA

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Rita Laura Melgar, de pie, mientras da tutoría a estudiantes de matemáticas en la Universidad de San Francisco. Esta salvadoreña comenzará a trabajar en la NASA en junio próximo.

Abstract: Rita Laura Melgar is a 27 year old Salvadorean, who became a mother when she was 16. As a brilliant student, she managed herself to finish her secondary and superior studies in El Salvador. In her own country, she worked as an assistant teacher, with a US$600 salary. Six years ago, she migrated to the United States, continued studying and now has a Associated in Science Degree in Network Engineering, and is studying to get two Bachelor Degrees, in Computer Science and in Mathematics. Because of her extraordinary grades, she has been chosen for the NASA’s Curriculum Improvement Partnership Award for Integration of Research, and will start working there in June. Hers is one of thousands of stories of Salvadoreans that have reached remarkable goals in the United States or Europe. This is called the “brain drain”, and is a growing phenomena in developing countries than can’t offer better opportunities for talented people.

 

Rita Laura Melgar, de pie, mientras da tutoría a estudiantes de matemáticas en la Universidad de San Francisco. Esta salvadoreña comenzará a trabajar en la NASA en junio  próximo.

Rita Laura Melgar, de pie, mientras da tutoría a estudiantes de matemáticas en la Universidad de San Francisco. Esta salvadoreña comenzará a trabajar en la NASA en junio próximo. (Fotografía propiedad de la autora).

 

Rita Laura Melgar fue madre a los 16 años. Siempre fue una estudiante destacada, de esas que sacan buenas notas aunque no se maten estudiando. Con una bebé a cargo, se las arregló para terminar su bachillerato y, luego, para estudiar un técnico en computación en el Instituto Tecnológico Centroamericano (ITCA), que es el centro de estudios técnicos por excelencia en El Salvador.

Tras sacar su técnico, el propio ITCA se apresuró a contratarla para dar clases. Aunque no era maestra titular, su talento le permitió tener en su momento un sueldo de $600, que equivale casi al triple del salario mínimo mensual de nuestro país, que es de $219.

Cuando se le presentó la oportunidad, hace seis años, decidió irse a vivir a San Francisco, Estados Unidos, donde desde 1987 vive su madre. Allá siguió estudiando. Se graduó de ingeniería en redes y ahora, a sus 27 años, está estudiando dos especializaciones, una en matemáticas y otra en ciencias de la computación, en la Universidad de San Francisco.

En la universidad se ha unido a varios clubes, entre ellos el de matemáticas y el de liderazgo femenino. Trabaja al mismo tiempo como instructora de matemáticas y de inglés como segundo idioma. En Estados Unidos miden el desempeño académico a través del “Grade Point Average” (GPA), el promedio de las calificaciones obtenidas, con una escala del 1 al 4, en el que el 1 es lo más bajo y el 4 es el mejor resultado posible. El de Rita Laura es de 3.88.

Sin que ella siquiera pensara en aplicar, la eligieron para participar en el Curriculum Improvement Partnership Award for Integration of Research (CIPAIR), de la Administración Nacional de Aeronáutica y  Espacio de Estados Unidos (NASA), y comenzará a trabajar allí en junio.

Ella retrata algo de lo que hasta hace poco ha comenzado a discutirse en El Salvador: las fugas de talentos al exterior. Con frecuencia leemos noticias sobre salvadoreños destacados en Europa y Estados Unidos, compatriotas con orígenes humildes que ahora sobresalen en la investigación, en la medicina, en la política, en el deporte o en las  artes. Gente que dejó el país en busca de mejores oportunidades de desarrollo, y las ha encontrado.

Para los salvadoreños es “normal” ver a nuestra gente dejar el país, en busca de nuevas oportunidades. Es una tendencia que se fortaleció durante la guerra civil, entre 1980 y 1992, pero que no ha menguado tras la firma de los Acuerdos de Paz: cálculos de las mismas autoridades salvadoreñas de migración apuntan a que entre 200 y 400 salvadoreños salen a diario del país, hacia los Estados Unidos.

Estimaciones oficiales apuntan a que hay 3 millones de salvadoreños viviendo fuera de nuestras fronteras, que equivaldría al 33% de los salvadoreños en total, si se toma en cuenta que el país viven actualmente unas 6 millones de personas.

De hecho, la economía salvadoreña ha tenido durante los últimos años una fuerte dependencia de los envíos de dinero que hacen los salvadoreños en el exterior, las famosas remesas familiares. Éstas suman anualmente cerca de $4,000 millones, y equivalen a casi una quinta parte del Producto Interno Bruto (PIB) del país, que es de unos $22,000 millones.

Lentamente va quedando atrás el estigma de que sólo los pobres emigran, y que los salvadoreños que llegan a Estados Unidos lo hacen para dedicarse a labores que los estadounidenses no quieren hacer, como la limpieza o la agricultura. Se nos están fugando los talentos. El de Rita Laura es sólo un caso, pero es un fenómeno cada vez más común.

Organismos como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) han estudiando este movimiento de talentos, y ha llamado la atención a los gobiernos para tratar de parar esta fuga, dadas las implicaciones que conlleva para el potencial de desarrollo de los países que se están quedando sin esta gente. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación (UNESCO) lo vincula también a la falta de oportunidades educativas.

Quedarse en el país de origen no siempre es una opción. Rita Laura cree que en El Salvador no habría logrado lo que sí ha podido alcanzar en Estados Unidos. Aunque hace la salvedad de que ella emigró de forma legal y que para los inmigrantes ilegales las oportunidades son más escasas, resume así su experiencia: “Lo que he encontrado es el apoyo de muchas organizaciones enfocadas a ayudar a las minorías a superarse, yo recibo ayuda financiera para completar mi educación, no sólo me pagan las mensualidades sino que me dan efectivo para comprar libros, pagar gastos de transporte y un porcentaje de alimentación. También existe la oportunidad de tener trabajos de medio tiempo que de verdad te permiten trabajar y estudiar. Desgraciadamente, yo nunca encontré un trabajo así en El Salvador”.

Dejar el país de origen es un sacrificio, admite, pero uno que ha valido la pena. Para ella no sólo a significado dejar a su familia y amigos, dice, es una lucha constante en contra de la nostalgia y, por supuesto, en contra de las injusticias de la discriminación.

“Siempre tienes que trabajar no la hora extra, sino las mil horas extras, y caminar no la milla extra, sino las mil millas extra, sólo para demostrar que eres capaz y tienes el talento requerido. Pero sí creo que la satisfacción es ver realizados sueños que nunca tuve, porque la verdad jamás soñé con esta oportunidad de trabajar para la NASA. Me llena de orgullo y ganas de seguir adelante, porque aunque el camino aún es largo, pues las posibilidades existen”, asegura.

¿Seguirá esta fuga de talentos hasta dejarnos con pocos de ellos en los países en desarrollo? ¿O serán nuestros países capaces de mejorar las condiciones para que estos cerebros se desarrollen, alcancen o superen su potencial? ¿Cuál es el costo económico de dejar ir a esta gente? O vayamos más allá: ¿Qué pasa cuando estos talentos se quedan sin trabajo y deben volver al país de origen, ya con otras expectativas laborales, salariales y de vida?

Mientras los gobiernos no vean esto como un problema serio y cuantificable, difícilmente habrá cambios sustanciales. Seguiremos llenándonos de noticias de connacionales que brillan en el extranjero, mientras en nuestros países continuaremos perdiendo lo que el talento nacional podría traerle a nuestra economía, a nuestro desarrollo.

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Mariana Belloso Twitter: @beiiosoMariana

Journalist, writer, editor, economics student, mother of two girls. Living and writing in El Salvador, Central America.