Las luchas de las mujeres migrantes en el Perú
Abstract: A woman who migrates certainly is a woman who searches. Through this article we will share a couple of stories that show how Peruvian women of the Andes and the jungle that were forced to migrate from the countryside or small towns to the capital, faced new problems and yet many were able to go ahead. But while the Peruvian woman is resilient, everything still remains to be done in order to protect the integrity and dignity of those who represent 50% of the Peruvian population.
Ella nació en Pujas, un pequeño pueblo altoandino de Vilcashuamán en Ayacucho, en una de las regiones más pobres del Perú. La falta de oportunidades la empujó a salir de su comunidad y llegar a Lima a trabajar como empleada doméstica. Pero no se contentó con eso y estudió y viajó, hasta que decidió fundar su propia organización para impulsar la autoestima y la afirmación de la identidad cultural de niños y jóvenes indígenas. Hoy, Tarcila Rivera es reconocida como una lideresa de los pueblos indígenas a nivel internacional.
Sin embargo, historias como la de ella no son tan comunes en el día a día de la mujer peruana. Incluso podría decirse que hoy las vulnerabilidades son las mismas que las enfrentadas por aquellas mujeres que migraron del interior del país hacia la capital durante los 80’s y 90’s. Mucha de esta migración fue causada por el accionar de los grupos terroristas en las comunidades del ande y la selva. De hecho el conflicto armado en sí mismo produjo entre las mujeres muertes, desapariciones, torturas y violencia sexual, además de los desplazamientos.
Otro problema fue que las mujeres desplazadas en buena parte de los casos son quechua hablantes o de alguna etnia linguística de la amazonía, con bajo o nulo nivel de educación. Así pues sus problemas en la ciudad no hicieron más que aumentar. La tasa de analfabetismo entre las mujeres peruanas es alta, casi un millón de peruanas lo son, lo que constituye el 75% del total de analfabetos del país.
A pesar de eso, muchas de las mujeres migrantes se las arreglaron para salir adelante, sea en la capital u otras ciudades de la costa peruana. Teniendo en cuenta que en más del 50% de casos de hogares desplazados, la madre de familia es a la vez la jefa del hogar, nos queda claro el nivel de resilencia de la mujer peruana. Es el caso de Claudia Huayta, natural de Iquicha (Huanta Ayacucho), quien salió de su comunidad junto a su madre acompañada de muchos niños que encontró abandonados luego que sus padres fueron asesinados. Cuando llegó a Lima no encontró trabajo y sin tener que comer, tuvo que buscar alimentos en la basura para sobrevivir.
Casos así abundan y son historias de ese tipo las que llevaron a que fueran mujeres afectadas por el terrorismo las que formaran algunas de las primeras organizaciones de autoayuda y de búsqueda de familiares desaparecidos, como es el caso de ANFASEP.
Por otro lado, problemas como la mortalidad materna (en descenso pero aún segundos a nivel latinoamericano), la violencia sexual y familiar, así como la trata de personas, tampoco son ajenos a la realidad de las mujeres en el Perú. En el peor de los casos, son mujeres quienes terminan exponiendo a sus congéneres a estos delitos. A comienzos de 2013, por ejemplo, Jarvis Flores de 24 años fue encarcelada por engañar a jóvenes de Huancayo para luego obligarlas a trabajar como damas de compañía en el distrito de Ananea.
Problemas como la discriminación y el racismo están además profundamente arraigados en la forma cómo la sociedad citadina mira a las mujeres andinas o de la selva y zonas rurales, lo que incide en la progresiva pérdida de identidad cultural. Esto, en un país tan multiétnico y culturalmente rico y diverso como el Perú, acarrea daños irreversibles al patrimonio cultural del país.
Si bien recientes estadísticas indican que en términos generales hay más mujeres en cargos ejecutivos en el país, y que la participación femenina en la actividad económica se ha incrementado de 58,4% en el 2001 a 65,2% en el 2012, la realidad nos muestra diariamente que esto no es algo que permee todos los estratos sociales o que signifique que la labor que realizan las mujeres sea debidamente reconocida. Incluso puede afirmarse que esto no ha representado, ni representa, una garantía de que mujeres, migrantes o no migrantes, no cuenten con una lista vergonzosa de peligros a su alrededor.
Nos queda entonces preguntarnos: ¿Cómo lograr que en el próximo futuro converjan equidad de género, cultura y dignidad humana para convertirse en factores protectores de una mujer que migra? ¿Cómo construir escenarios donde esa misma fuerza resiliente pueda ser usada para otros fines? La respuesta quizás yace en lo que las mujeres puedan hacer por ellas mismas.
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