Sobre conejos, renos y nieves tropicales
Abstract: All my memories about Christmas involve snow and a Santa Clauss going down a chimney, in the middle of the equatorial tropic. How are these traditions stablished as such, specially when they are not related to our reality? How or why do we keep repeating and continuing these traditions? There only seems to be one answer: the globalization of a market that generates needs we do not really have, and dissatisfactions that we cannot fulfill. Behind a simple and innocent Christmas ornament hides a powerful ideological structure that has standardized our lifestyles.
Es 23 de diciembre y caminamos con mis hijos por una de las miles de calles de São Paulo. Son las 2 de la tarde, y estamos a unos 32° C. Mientras afrontamos estoicamente el agobiante calor, nos detenemos frente a una vitrina de un centro comercial. En ella hay un grupo de casitas donde unos blancos conejitos y otros bichos de un bosque muy lejano y muy europeo se protegen de los copos de papel que, simulando nieve, caen sobre ellos. Uno de mis hijos dice: “Papá, ¿y cuándo es que va a caer nieve acá en Brasil, acaso no es Navidad?”. Yo apenas atino a responder que en Brasil no cae nieve. “¿Entonces -me dice el más pequeño- esa nieve es para que nos refresquemos?”. “Sí hijos, les digo, es para que podamos derretirla y beberla”.
Qué complicado. Nunca había pensando en la manera en que naturalizamos ciertas formas de ver el mundo y las forzamos a que ocupen un lugar en nuestra virtualizada realidad. Claro, al igual que mis hijos, me doy cuenta de que todos mis recuerdos de la Navidad se relacionan con la nieve, con las chimeneas y con Papá Noel descendiendo por ellas, en medio del trópico ecuatorial. ¿Cómo es que se instauran estas tradiciones que no se corresponden con nuestras evidencias de la realidad, y sobre todo, cómo es que las seguimos reproduciendo y sosteniendo? La respuesta pareciera ser una: la globalización de un mercado que genera necesidades que no tenemos e insatisfacciones que no podremos colmar. Tras la imagen de un simple e inocente adorno navideño se esconde una poderosa estructura ideológica que ha homogeneizado nuestras formas de vida y que ha hecho ver como exótico, raro y antinatural aquello que no entra en sus cánones, lo que casi siempre coincide con nosotros mismos. Somos más afines con aquello que está más lejano a nuestra cultura, y más lejos de nuestras posibilidades, que con lo que tenemos enfrente y que experimentamos cotidianamente. La globalización reproduce el modo de vida occidental de manera incontrolable e incontenible, pero es un modo de vida específico y calculado cuyos valores fundamentales no son éticos sino económicos: el consumo y el individualismo.
En la mayor parte de Brasil han desaparecido las tiendas de barrio donde la gente se encontraba, conversaba, bebía una cerveza y compraba el mercado diario. Se ha dado paso a los grandes, masivos y fríos centros comerciales, que ofrecen lo que ofrece cualquier otro centro comercial del mundo. En un mall no se puede diferenciar si uno se encuentra en Tokio, El Cairo o Ciudad de México. La escenografía es la misma: las mismas vitrinas ofreciendo los mismos productos, las mismas plazas de comidas ofreciendo las mismas comidas, los mismos guardias de seguridad controlando y cuidando que todos nos comportemos de la misma manera: como mansos y obcecados compradores. Un centro comercial es un resumen de lo que significa hoy en día una democracia capitalista: la libertad para comprar lo que se quiera mientras se tenga con qué, satisfaciendo las mismas fantasías y deseos reproducidos en folletos y comerciales de televisión, teniendo las garantías para hacerlo en total seguridad y sin perturbaciones. Todo aquello que amenace ese equilibrio ficticio es rápida y duramente reprimido por los guardias de seguridad.
Pero no es sólo en los centros comerciales donde evidenciamos estos procesos homogenizadores de nuestra cultura. Están en las políticas educativas basadas en la decimonónica y hasta medieval idea del premio y del castigo, cuyos contenidos son definidos bajo los denominados estándares internacionales. Están en las políticas urbanísticas que determinan los espacios, regulan las calles y hacen que toda casa sea igual a cualquier casa, que todos los lugares sean iguales a cualquier lugar; están en las políticas de salud, que hacen que todos los que nos enfermamos seamos pacientemente tratados de la misma precaria e inhumana forma. Están en las políticas culturales que hacen que consideremos cultura la banalidad y la superficialidad. Pareciera una paradoja el hecho de que más que el comunismo, el capitalismo haya logrado que todos nos veamos, luzcamos, sintamos y pensemos de la misma forma.
Sería un absurdo pensar que las culturas se mantuvieran puras y apegadas a sus tradiciones. Los cambios y transformaciones culturales son una de las principales características de nuestra agobiada humanidad. Fueron precisamente esos intercambios y transformaciones los que construyeron nuestra historia. El problema es que hoy en día esas ideas y transformaciones se encuentran mediadas, dirigidas, establecidas y determinadas por la globalización. Esta no es algo etéreo y abstracto. La globalización tiene voceros, gobiernos, ejércitos y poder, mucho poder. Tanto, que nadie nos ha obligado a decorar con nieve nuestro árbol de Navidad, ni a colgar en la ventana a Papá Noel, donde un sol canicular e inclemente lo asará. Lo hemos hecho simplemente porque el mercado agobiante no ofrece alternativas, y porque en nuestra memoria la Navidad siempre ha tenido nieve, renos y tiernos conejitos blancos… así nos estemos sofocando de calor.
Tags: América Latina, cambio cultural, globalización, Mercado y cultura