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Sosteniendo lo insostenible: el hambre, asunto ético y moral

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El hambre, una amenaza constante en América Latina. Foto Oscar Guarín-Martínez

El hambre, una amenaza constante en América Latina. Foto Oscar Guarín-Martínez


AbstractCarlo Petrini, founder of Slow Food and fierce critic of the current agricultural production model, says that the world produces food for 12 billion people, twice the number of people on the planet. Yet there are about 1 billion people suffering from hunger. If you add the number of undernourished which FAO has in its records, the figure is 3 billion, half of the world’s population! So why does hunger continue to threat people? The great paradox along 60 years of agricultural model implemented by the “green revolution” is that although there is more food, hunger persists. Unlike other periods of history, where famine was a result of the physical lack of food, hunger today is produced by a system that favors accumulation and concentration and not distribution and equity. Hunger today is a result of market laws. And that is what is unsustainable: hunger generated primarily by greed and avarice.

 

La ciencia y la tecnología no pueden realizar
transformaciones milagrosas, del mismo
modo que no pueden hacerlo las leyes del mercado.
Las únicas leyes verdaderamente férreas, con
las cuales nuestra cultura finalmente tendrá
que ajustar cuentas, son las leyes de la
naturaleza.

Enzo Tiezzi

 

¿Cómo podríamos erradicar el hambre en el mundo sin sacrificar los recursos futuros? La respuesta resultaría fácil: Bill Gates podría donar el 66% de su riqueza y con ello se solucionaría. Claro, sería una solución momentánea que podría durar unos veinte o treinta años, quizás un poco más, al final de los cuales necesitaríamos de otro millonario generoso. Sin duda en veinte o treinta años alguien habrá acumulado tanta o más riqueza, aunque quien sabe si su generosidad sería igualmente proporcional. Hoy no lo es, y por eso el problema del hambre en el mundo, más que un asunto económico, es un asunto ético, un asunto moral. Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food y férreo crítico del modelo de producción agrícola actual, asegura que en el mundo se producen alimentos para 12 mil millones de personas, el doble del número de habitantes del planeta. Aún así hay cerca de 1,000 millones de personas que padecen de hambre. Si a esto se suma el número de personas desnutridas o mal alimentadas que la FAO tiene en sus registros, la cifra alcanza a los 3,000 millones. ¡La mitad de la población mundial! Entonces, ¿porqué el hambre sigue azotando a media humanidad?

En los años 50 se inició la llamada “green revolution”, cuyo propósito no fue otro que el de incrementar la producción agrícola basada en el uso de una agricultura extensiva con el empleo de tecnología mecánica, semillas modificadas y el uso de agroquímicos y pesticidas. Este fue un modelo de producción que se expandió a nivel mundial y que se estableció como paradigma del desarrollo agrícola. El incremento de la producción de alimentos fue evidente (según la FAO, entre 1963 y 1995 se cuadriplicó el volumen de producción mundial), pero otros efectos no han resultado tan esperanzadores. Por una parte, el uso frecuente de pesticidas y agrotóxicos condujo a la esterilización e inadecuación de los suelos, pero además, la dependencia a los agrotóxicos generó economías vulnerables y adictas a las importaciones de estos. Todo sin contar los efectos en la salud de los seres humanos. En el año 2012 la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un escalofriante informe en el cual señalaba que en el mundo, 5 millones de personas sufrieron intoxicaciones con agrotóxicos. De estos, el 99% provenía de países en vías de desarrollo y, de manera particular, de sectores asociados con la agricultura. Actualmente el uso de agrotóxicos se ha convertido en una grave amenaza  a todo lo largo y ancho de la América Latina y sus resultados resultan a todas luces escandalosos.

De otra parte, el modelo extensivo llevó a la concentración de la tierra, mientras el monocultivo fracturó la producción de variedades nativas que han ido desapareciendo (maíz, papa, arroz, entre otros). En América Latina este modelo ha conducido a una evidente concentración de la tierra, pero además, y en particular en la última década, las tierras están quedando en manos extranjeras, como lo muestra el informe de la FAO para 2012. Estos procesos de concentración de la tierra van en sintonía con la concentración de la producción y comercialización de alimentos a través del monopolio de los grandes supermercados y de las empresas productoras de alimentos. Y para hacer aún más crítico el panorama, con la entrada en vigencia de los Tratados de Libre Comercio se ha reproducido un modelo que beneficia de manera directa y exclusiva a las grandes corporaciones que han generado toda esta situación: el monopolio exclusivo del mercado de semillas, la obligación del uso de semillas transgénicas y la criminalización del uso de aquellas otras nativas. Esto ha venido sucediendo en México, y ahora, de manera reciente, en Colombia, donde fueron quemadas cerca de 80 toneladas de arroz por provenir de semillas “no certificadas”, es decir, no compradas a las transnacionales. El reciente Documental 9.70 da cuenta de esta indignante situación.

La gran paradoja que se ha ido tejiendo a lo largo de estos 60 años de modelo agrícola es que aunque se producen más alimentos, el hambre no desaparece. Y no lo hace porque, a diferencia de otros períodos de la historia, donde el hambre era resultado de la falta física de comida por acciones que salían fuera del control de los hombres (malas cosechas, desastres naturales, guerras o plagas de dimensiones bíblicas), hoy por hoy es producida por un sistema que privilegia la acumulación y la concentración, por sobre la distribución y la equidad. No es que falte comida, el hambre es un efecto de las leyes del mercado. Y eso es lo que no es sostenible: el hambre generada fundamentalmente por codicia y avaricia. Por eso es que este es un asunto moral.

Desde hace algún tiempo en los foros mundiales se plantea la necesidad de buscar el desarrollo sostenible. Quienes lo anuncian y promocionan son, paradójica (o lógica)mente, quienes han liderado el mundo en los últimos 50 o 60 años. Sin embargo, crecer de manera sustentable, el paradigma del “desarrollo sostenible”, es un sofisma inaplicable. La idea de que podremos conservar nuestra forma de vida (consumista, individualista, acumulativa, urbana) manteniendo intacto el planeta, pero además bajo un modelo económico que considera el crecimiento y la acumulación como algo ilimitado, es irrealizable. Los recursos son finitos, y llegará un momento en que será imposible acumular más, y también será inutil. Ya no quedará nadie. Ni siquiera Bill Gates.

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oscarguarin

PHD student of Social Sciences at the UNICAMP in Brazil. Bachelor’s degree (1995), and Master in History (2004). Assistant Professor at the History Department of the Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.