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Tratados de Libre Comercio en Colombia: entre las promesas y el sinsabor

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Afiche de protesta contra TLC Colombia

Afiche de protesta contra el TLC con Estados Unidos. Foto de Marcha Patriótica Independencia en Flickr. Licencia CC BY-ND 2.0.

Abstract: It is very hard to tell if Free Trade Agreements are “good” or “bad”, but what I can tell as a consumer is that I cannot see their advantage, products are still as expensive as they were before said agreements; free competition is not that free if competing sectors are not subject to the same rules. In Colombia, a country that has embraced neoliberal policies and is aiming to subscribe more free trade agreements, a lot is at stake. The experience with the United States, that has used the well-known strategy of “carrots and sticks”, has left a bad flavor in the mouth, especially if the promised outcomes are far from being seen. Now, the ratification of a Free Trade Agreement with Korea and the European Union is soon to be a reality. Questions remain about the outcomes and effects of such agreements. I believe that free competition shouldn’t be at the expense of those who have serious disadvantages and struggle to survive in the commercial world; but protectionism is not an alternative either. What I know is that neither consumers nor exporters are benefiting much, or at least not yet, of all the promises that come with Free Trade Agreements. 

Dicen que los tratados de libre comercio (TLC) benefician a los consumidores, quienes pueden acceder a productos de buena calidad, de su escogencia, a un menor costo. También dicen que liberalizar el  comercio entre países fomenta la libre competencia dinamizando la economía. Entonces, ¿cómo es que los consumidores no sentimos la diferencia de los precios de productos con los que Colombia tiene libre comercio? La primera respuesta sería que no todos los productos se liberan desde que entra en vigencia el tratado, sino que se pactan desgravámenes graduales. La segunda es que la diferencia de precios de alguna manera favorece al sector importador, pero los productos siguen al mismo precio, es decir que los importadores son quienes se benefician con dicha diferencia.

Desde un tiempo a esta parte, Colombia le está apostando a la liberalización comercial a través de la suscripción de una serie de TLC con distintos países y regiones del mundo. Colombia tiene TLC con países como Estados Unidos, Canadá, México, Chile,  y con el área de libre comercio europea o EFTA,  por sus siglas en inglés. Es miembro de la CAN y socio del Mercosur, también tiene acuerdos de preferencias con CARICOM. Tiene acuerdos suscritos con la Unión Europea y Corea, y existen negociaciones en curso con Turquía, Japón, Israel y la pronta creación de la Alianza del Pacífico.

Personalmente no tengo nada contra incentivar la libre competencia, mucho menos a que, como consumidora, se me ofrezcan productos de calidad a un precio razonable. El problema es que hasta el momento no siento ninguno de los beneficios que supuestamente vienen con el TLC y ciertamente no soy la única. Lo que sí sé es que el costo político para Colombia ha sido alto, sobretodo en sus relaciones con la región y por la forma cómo Estados Unidos ha condicionado su ratificación al cumplimiento de una serie de resultados que poco tienen que ver con la libertad de un estado soberano a entablar relaciones comerciales con otro.

En el primer caso, la decisión de Colombia de suscribir un TLC con Estados Unidos atentó contra el proceso de integración de la Comunidad Andina de Naciones y fue visto como un acto muy negativo por Venezuela, su principal socio comercial. Por esta razón, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez,  estimó que no se podía ser parte de un TLC con Estados Unidos y aspirar a fortalecer el proceso de integración andino; y acusando a Perú y Colombia de traidores, decidió la salida de Venezuela de la CAN en el 2007. Desde entonces la relación comercial entre ambos países ha sido delicada, recién en proceso de recuperación, aunque no en los mismos términos, pues Colombia ya no tiene con Venezuela las preferencias arancelarias que tuvo.

La suscripción del TLC con Estados Unidos fue un proceso largo e ingrato. Luego de años de negociación,  el acuerdo se firmó en el 2006. Pese a todas las protestas, reclamos y demandas de varios sectores sociales, Colombia ratificó el tratado en el 2007. Sin embargo, mucho pasaría antes de que Estados Unidos ratificara el tratado y éste entrara en vigor. El Congreso de Estados Unidos condicionó la revisión y aprobación del acuerdo, argumentando que las violaciones a los derechos humanos en Colombia eran demasiado graves y que no había garantías para los sindicatos como para que Estados Unidos “premiara” al país con el TLC. Ambas situaciones son ciertas, pero causó indignación –y aún causa– la hipocresía y la prepotencia con la que se disciplinó al país. Recordemos que entre el 2006 y el 2011, que fue cuando finalmente Estados Unidos ratificó el acuerdo, varios escándalos involucraron a Estados Unidos por graves violaciones a derechos humanos y derecho internacional humanitario en Irak y Afganistán; tampoco son un secreto las condiciones laborales a las que se ven sometidos los trabajadores migrantes en Estados Unidos. Pero bueno, esa estrategia de la zanahoria y el garrote es bien conocida en América Latina. Colombia terminó bajando la cabeza, y comenzó a aplicar el Plan de Acción diseñado por Estados Unidos para obtener la zanahoria y no el garrote. Incluso una vez ratificado el tratado, Estados Unidos condicionó la entrada en vigor del mismo a la constatación de las medidas que Colombia debió asumir.

Aún están a la espera de ratificación algunos acuerdos que preocupan a la población: el TLC con Corea y el TLC con la Unión Europea. Hasta hace algunas semanas, las paredes del centro de la ciudad de Bogotá estaban empapeladas con afiches que decían “NO al TLC con Corea, destruye nuestras industrias y elimina nuestros empleos”. Este tratado ha sido especialmente delicado para el sector automotriz, aunque el tratado establezca que las importaciones de vehículos se liberarán paulatinamente en un plazo de 10 años. Por otra parte es bien sabido que el comercio con la Unión Europea es especialmente complejo, particularmente por las medidas no arancelarias que deben cumplir los países que buscan conquistar el mercado europeo. Las puertas estarán abiertas, pero sólo entran quienes quepan por el umbral.

La libre competencia es libre y es competencia cuando todos los competidores se someten a las mismas reglas de juego, lo que supuestamente buscan los tratados de libre comercio; pero no puede hablarse de libre competencia cuando un campesino de Colombia tiene que competir con un agricultor estadounidense, que no solamente tiene su producción tecnificada, sino que cuenta con el apoyo y los incentivos del Estado. 

Un TLC puede fácilmente dividir la opinión de un país. Los que ven más sus beneficios piensan que quienes se oponen a los TLC se oponen al progreso del país; quienes se oponen hacen explícita la preocupación por el futuro de los sectores más vulnerables, donde los más fuertes o los más “vivos” sobreviven. Supongo que el temor de unos y las expectativas de otros son muy legítimos, así como las ventajas y oportunidades para unos son las tragedias para otros. La libre competencia no puede darse a cualquier precio ni a expensas de muchos para favorecer a unos pocos. Sin embargo, tampoco el proteccionismo es bueno.

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