Borracho sí, fumador no
Abstract: Salvadoran society doesn’t have any problem with heavy drinking but is quite severe with tobacco consumption. Why is it that the country with most alcohol-related deaths worldwide celebrates alcohol consumption yet is quite intolerant with smokers? Regulations and special taxes on both tobacco and liquor consumption are currently standing, but while tobacco consumption is socially penalised, heavy drinking is praised. How can this contradiction be reverted?
Son las 4:25 de la tarde de un jueves, estoy en el trabajo y muero por una cerveza. El tiempo pasa lento, el ritmo de trabajo no baja y en lo único que pienso es en que den las 6 para salir corriendo al supermercado a comprarme dos cervezas y tomármelas en casa. No le veo el problema.
Cuando llegue al supermercado y me toque pagar la cerveza, quizá opte también por reabastecerme de cigarros. La cajera seguramente me verá como si fuese yo la encarnación de Satanás no por la cerveza, sino porque conscientemente he decidido consumir tabaco muy a pesar de la foto tétrica de una traqueotomía cicatrizando impresa en la cajetilla que he comprado. La cajera no lo comprende. Yo no le veo el problema.
Cuando se opta por regular la venta de tabaco se dice que se hace por motivos sanitarios, que se previene la «contaminación» del aire (en un país sin política de emisión de gases), que se lucha contra el daño colateral a los fumadores de segunda mano y se hace –muy elocuentemente– referencia a lo repugnante del hábito de fumar.
En El Salvador, la Ley de control del tabaco está vigente desde agosto de 2011. Se prohíbe el consumo de tabaco en lugares públicos y locales comerciales, la venta al menudeo y el patrocinio de tabacaleras a cualquier acto cultural; violaciones a esta ley están sujetas a multas que van de los USD$57 a los $3000. De todas estas, sólo se cumple la restricción al consumo dentro de recintos comerciales, aunque de manera muy irregular.
No es la intención restar importancia a las doce personas al día que mueren en El Salvador por enfermedades relacionadas al tabaquismo, tampoco minimizar el impacto que la virtualmente libre distribución del mismo solía tener en sociedades como la nuestra, mas no puedo evitar notar el contraste entre la rigidez que ahora se le impone versus la pasmosa facilidad con la que se comercializa el alcohol y el mutis social al respecto.
El Salvador encabeza la lista mundial de muertes relacionadas al alcoholismo a nivel mundial. Esto me parece mucho más grave que las muertes por tabaquismo no sólo desde una perspectiva sanitaria, sino desde una perspectiva social. Soy hija de alcohólicos y yo misma no puedo evitar el sentir cierta culpa al notar que son las cuatro de la tarde y que no pienso en otra cosa que no sea una cerveza con escarcha. Precisamente porque crecí con alcohólicos en casa es que comprendo la seriedad del asunto: los accidentes de tránsito, la violencia inexplicable, la irresponsabilidad laboral. Por eso es que cada vez que la gente me ve con oprobio al encender un cigarro me enciendo yo también, pero en furia.
En mis eras estudiantiles, yo solía comprar cerveza vistiendo un uniforme de colegio católico a media tarde, en cualquier tienda. Mi hermana, ahora una adolescente, sigue teniendo las mismas facilidades a la hora de emborracharse que yo tuve hace diez años. Confío en ella y confío en mi propio consumo de alcohol, mas no concibo cómo es posible que el potencial destructor –mortal no sólo para el alcohólico y su familia, sino prácticamente para cualquiera– de la libre distribución de licores sea totalmente ignorado por una sociedad tan traumada, tan fragmentada y autodestructiva como la salvadoreña.
«Es que él es bolo (borracho)» suele ser la excusa perfecta para una apabullante cantidad de casos de violencia física en El Salvador, sin diferencia de estrato social alguna. La usó mi mamá y espero nunca usarla yo. Sin embargo, el consumo excesivo de alcohol no posee sanción social alguna y es incluso celebrado. ¿Tiene esto alguna relación con el impacto que el volumen de ventas de bebidas embriagantes tiene en el fisco nacional? (Aparte de un 13% de Impuesto al Valor Agregado, licores y cervezas tributan un 8% para financiar el Fondo Nacional de Salud, FOSALUD, gravando así un 21% de impuestos fijos). ¿Tiene relación con la cercanía de los distribuidores de alcohol con la clase política? Aun más inquietante: siendo la violencia relacionada al alcohol tan cotidiana y tan campante, ¿por qué la sociedad parece ser incapaz de verla?
No sé de dónde provenga el que un desmesurado consumo de alcohol sea aceptable pero fumar cause tanta grima. La presunción que viene a mí es que quizá sea reflejo de un deseo tan televisivo de una vida longeva que para nada corresponde al resto de comportamientos de la sociedad salvadoreña (que come, bebe y violenta sin pudor alguno), aunque esto me resulta muy ingenuo. Tampoco creo que sea fácil regular el consumo de alcohol: si un impuesto de 21% a licores y cervezas no ha logrado que un país profundamente desigual modere su manera de beber, dudo que algo lo logre.
Sobre todo, no sé si sea tiempo de hablar de medidas para dificultar el acceso al alcohol a edades tan tempranas. Los supermercados no venden licor a menores de edad, claro; pero las tiendas pequeñas lo hacen a pesar de estar expresamente prohibido. La televisión muestra constantemente propaganda gubernamental en contra del consumo de alcohol, mas el noticiero que le sigue mostrará imágenes de los clientes de un bar que festejan un gol de la Liga Española bañándose en cerveza. La ley es insuficiente en un país así. Existe ya una prohibición de vender alcohol después de la 1 a.m., mas parece que su aplicación es opcional. ¿Será necesario optar por una especie de Ley Zanahoria como la que redujo drásticamente las muertes relacionadas con el consumo de alcohol en la Bogotá gobernada por Antanas Mockus?
Voy al supermercado y compro dos litros de cerveza que parecen no perturbar a la cajera. Pido entonces una cajetilla de cigarros rubios. «Usted está joven, no debería fumar», dice la cajera. Yo evoco el recuerdo de los golpes en el cuerpo de mi madre después de las borracheras de mi papá, mismos que estadísticamente la cajera recibirá o recibió ya en algún momento de su vida. No puedo más que sonreír sardónicamente y decirle «no se meta en lo que no le importa».
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