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Democracia en América Latina: ¿Tenemos los gobiernos que nos merecemos?

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¡Democracia ya! Foto de Álvaro Herraiz San Martín, en Flickr. Licencia Creative Commons CC BY-NC-SA 2.0

 

Abstract: Democracy is a work in progress, sometimes it goes backwards, but improvement shows up eventually in a process that is never going to be finished nor perfect. A reelection fever has affected Latin America the past years, perpetuating some governments and questioning the participation channels opened up for citizens, but how much of that is our own fault?

A veces en los procesos de democratización, transición o consolidación de democracia se da un paso adelante y dos atrás. Esos retrocesos no son ideales, pero lo importante es que también se da un paso adelante. América Latina es una región, que pese a los grandes pasos hacia adelante, siempre vive bajo el riesgo de que la democracia pueda ser violentada de cualquier manera. La “inestabilidad política” es casi una etiqueta de la región.

América Latina se caracteriza por el hecho de que desde que los países han logrado su independencia, los actores políticos con alguna autoridad se han mantenido vivos, agrandando el abanico de la clase política en la medida en que la participación ha sido aceptada o tolerada por los actores tradicionales: los partidos tradicionales, la Iglesia y los militares han tenido que aceptar la aparición de otros contendores políticos: los movimientos indigenistas, antiimperialistas, feministas, revolucionarios y los partidos nuevos. La democracia es una conquista que puede darse de muchos modos, y ejemplos de todos ellos existen en Latinoamérica: revoluciones reales (México 1910); transiciones (Argentina, Chile, Brasil, Bolivia y Uruguay); democracias pactadas (Colombia con el Frente Nacional 1958-1974), Venezuela, con el Pacto de Punto Fijo (1958) y Nicaragua (2000); democracias aparentes (Mexico); democracias estables como Costa Rica y no democracias como Cuba.

La década de los noventa fue prometedora para la región, el paso definitivo hacia adelante. Sin embargo, en los últimos años, muchos gobiernos se embarcaron en el proyecto reeleccionista, que consistió en reformar las constituciones de manera que, por vías democráticas, pudieran permanecer en el poder. La tentación no tuvo ideología, y tanto gobernantes de derecha (Uribe en Colombia), de izquierda (Ortega en Nicaragua), y populistas (Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia), cayeron en ella. Solamente el caso de Honduras (2009) no tuvo un final feliz para su caudillo Zelaya. Si bien las reformas y los procesos electorales fueron sumamente criticados (porque hacer campaña cuando se está en el gobierno es muy complejo y pone en evidencia un desequilibrio entre oficialismo y oposición), lo cierto es que se dieron por mecanismos formalmente establecidos, y no por vías de hecho. Pero, ¿debemos alegrarnos por eso?  Este fenómeno latinoamericano en el que la democracia ha servido para perpetuar en el poder a más de un presidente se puede entender si se mira el proceso histórico político de la región y se entiende sobretodo el papel que en un inicio jugaron los caudillos (hombres que asumen el liderazgo del país en torno a su personalidad, no a un gobierno).

La mayoría de los países latinoamericanos son democracias formales mas no reales; se llevan a cabo elecciones periódicas, el voto universal está instituido, pero aún queda mucho por hacer para tener una democracia real, aquella en la que las instituciones son transparentes y los gobiernos realmente reflejan la voluntad de los ciudadanos. Existen controles institucionales y pesos y contrapesos (checks and balances), bajo el imperio del derecho. Las elecciones se llevan a cabo de forma pacífica, sí; pero no son raros los fraudes electorales (en Latinoamérica los muertitos también votan y se puede votar más de dos veces); y en países como Colombia, los escandalosos nexos entre paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes con altos funcionarios del Estado (gobierno, congreso y rama judicial) son una vergüenza con la que todos los latinoamericanos tenemos que convivir. Si siempre nos quejamos de nuestros líderes, entonces ¿por qué los seguimos eligiendo? ¿Por qué no creemos en nuestro derecho de que podemos aspirar a mejores líderes? Si se cree en que cada país tiene el presidente que se merece, entonces nosotros tenemos que asumir parte de la culpa y dejar de lavarnos las manos.

El camino a la democracia ha sido largo y duro, y ha dejado muchos muertos y desaparecidos; esas vidas no pueden ser en vano. Debemos creer en la democracia, pero no una democracia construida y medida desde el Norte, sino una democracia construida desde adentro y desde abajo. Para eso se requiere vencer la apatía, el miedo y promover una cultura política que nos permita no solamente conocer y aportar a los procesos democráticos sino también asumir responsabilidades como ciudadanos. La democracia no es una responsabilidad del Estado, mucho menos del gobierno, la democracia es un compromiso de los ciudadanos para los ciudadanos: es la promesa a nuestros hijos.

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