El imperio de la sed en la potencia mundial del agua
Abstract: Holder of 13% of the total global water, Brazil is currently considered the greatest water potency in the planet. However, paradoxically, it is estimated that about 45 million Brazilians, number corresponding to 25% of the total population, lack access to water. The vulnerability of this population, concentrated in the northeast region, a geographic area exposed to the frequent hostility of prolonged drought, has become the target of a public dispute with each passing day becomes alarming tones.
The recent implementation of highly aggressive public policies against the environment and the civilian population, such as the systematic construction of large dams and the diversion of the water of São Francisco’ s river , highlights the neglect of the past brazilian governments around the management of water resources. While the economic interests of the private sectors of agriculture have been highly favored with the decisions of the leftist governments of Lula and Russet, the population affected by the lack of water is still not effectively addressed.
¿Se imaginan lo que sería pasar nueve meses al año sin dotación regular de agua para calmar la sed, cocinar, conducir mínimamente el aseo personal y doméstico, lavar la ropa o simplemente darnos un baño refrescante en medio de un calor abrasador? Pues esta es la realidad de millones de brasileros que en tiempos de sequía deben conformarse con esperar los camiones-cisterna que envían los gobiernos estatales para surtir de agua a los habitantes del nordeste del país. En el poblado de Pesquería, Pernambuco, cuando estos no llegan de forma oportuna, mujeres como Maria Emilia Nobre da Silva se ven en necesidad de caminar entre seis y siete km en busca de un poco de agua, y regresan a sus casas cargando hasta 20 litros del precioso líquido sobre su cabeza. Según testimonio de Jean Carlos Medeiro, coordinador del proyecto ASA (Articulaçao no Semi-Arido Brasileiro), que gestiona alternativas de solución para la crisis de agua en el nordeste brasilero, desde la acción colectiva, antes de la implementación en 2003 del programa “un millón de cisternas”, algunas mujeres llegaban a realizar reccoridos de hasta 24 km. diarios, y en ocasiones debían conformarse con enviar a sus hijos a la escuela sin beber una gota de líquido ni probar bocado por horas.
Situasiones de este calibre resultan ininteligibles y extremadamente paradójicas para un país como Brasil, que al poseer el 13% de la totalidad del agua mundial, es considerado actualmente como la mayor potencia hídrica del planeta. Sin embargo, las cifras estiman que cerca de 45 millones de brasileros, número correspondiente al 25 % de la población total del país, carece de acceso regular a recursos hídricos. La vulnerabilidad de este grupo poblacional concentrado en la región nordestina que se conoce con el nombre del “Sertão”, una zona geográfica expuesta a la frecuente hostilidad de prolongadas sequías, se ha convertido en blanco de una controversia pública que con el pasar de los días adquiere tonalidades preocupantes.
Ya cuando durante la gestión del presidente Lula se aprobara un plan hídrico con miras a la construcción de más de 494 nuevos grandes embalses, el sector público y las organizaciones civiles defensoras del medio ambiente casaron un debate sin posibles puntos de encuentro. Para los detractores de este macro proyecto, que prometía resolver parte del problema de escasez de agua en las regiones de alto riesgo, sin entrar en la discusión de los daños ambientales a mediano y largo plazo, la sola puesta en marcha de las obras constituiría de por sí una verdadera catástrofe en términos de pérdida de terreno fértil y desplazamiento masivo de población, lo que no se vería compensado, como se decía, por el beneficio de la mayoría.
Sin ir demasiado lejos, para 2011, a pocos años de haber iniciado las obras, se calculaba la pérdida de 34.000 km2 de tierra fértil inundada y el desplazamiento de más de un millón de personas, muchas de las cuáles manifestaban entonces, no haber recibido indemnización alguna por parte del Estado brasilero. Pero la construcción sistemática de un complejo de grandes embalses a nivel nacional, no fue más que el inicio de una serie de políticas públicas altamente agresivas contra el medio ambiente y la población.
En 2007 el Ministerio de Integración Nacional, bajo el argumento humanitario de que no se podía negar un jarro de agua a las estimadas 12 millones de víctimas afectadas por las sequías en los Estados de Pernambuco, Paraiba, Río Grande del Norte y Ceará, concedió su aval al inicio de la primera etapa de construcción de los canales de trasvase del Río São Francisco, una de las principales venas hídricas del Brasil. Conocido popularmente como el “Nilo brasilero”, por sus 2,830 km de longitud, o como el “río de la integración nacional”, por conectar los ricos Estados del sur con los más pobres del Norte, el Rio São Francisco nace en el Estado de Minas Gerais, atraviesa el Estado de Bahía y desemboca en el Atlántico, entre los Estados de Alaguas y Sergipe. El proyecto de trasvase de sus aguas hacia las regiones más áridas y vulnerables fue inicialmente presupuestado por un valor total de 1,700 millones de dólares, y definido como la primera fase de un ambicioso plan de intervención hídrica que proseguiría con la canalización de grandes cantidades de agua, procedentes de la cuenca del Amazonas. Con ello se pretendería definitivamente resolver el problema histórico de los efectos de las sequías en el nordeste brasilero, estabilizando el flujo poblacional y evitando las constantes migraciones de los afectados hacia otras zonas del país.
Un estudio reciente de la Agencia Nacional de Aguas del Brasil (ANA), ha mostrado sin embargo, la viabilidad de abastecer suficientemente a las comunidades nordestinas del precioso líquido, sin necesidad de recurrir al costoso trasvase, a través de la construcción de microembalses, pozos de abastecimiento local y sistemas de acueducto, por la mitad del valor asignado al proyecto del São Francisco. Mientras que este último supondría resolver la escasez de agua para 12 millones de brasileros, en cuatro Estados del país, la cobertura de la propuesta de la ANA llegaría a una población de 34 millones distribuidos en 9 Estados diferentes. Tal y como había sido señalado ya por diversas organizaciones no gubernametales, el estudio de la ANA asegura que el problema de las aguas en el nordeste brasilero remite mucho más a negligencias estructurales en la gestión de recursos públicos, que a un verdadero problema de escasez. Se advierte además, que cerca del 85% de las aguas trasvasadas se concentrarían en los grandes embalses ya existentes, favoreciendo los sistemas de regadío de los sectores privados del agro, dedicados al cultivo de frutales y la cría de gamba para exportación, así como a la producción de agrocombustible. Sin embargo, pese a la potencia de los argumentos en contra del trasvase, las obras para su construcción, interrumpidas hace meses por un problema en la ejecución del presupuesto, fueron retomadas en enero de 2012 por el gobierno de Dilma Rousseff.
Para quienes nos beneficiamos diariamente con un sistema de abastecimiento de agua que no sólo nos permite resolver necesidades básicas como la alimentación, la hidratación y el aseo personal, sino que además nos proporciona lujos como la posibilidad de un baño relajante, llenar la piscina inflable para nuestros hijos en los días de calor, mantener al día nuestra ropa limpia, lavar el carro una vez por semana, el frente de la casa una vez por mes, la realidad de quienes resisten jornadas enteras sin beber una gota de agua, debería adquirir las dimensiones de una verdadera tragedia. Si la eventualidad de la suspensión del servicio de acueducto, por apenas unas horas, produce en nuestras vidas traumatismos mayores como no poder deshacernos inmediatamente del contenido de la cisterna, ¡imagínense lo que debe ser tener que sobrevivir nueve meses anuales a la falta de agua!
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