Industria alimenticia y obesidad infantil en Brasil
Abstract: Today, only in Brazil, one in every three children between 5 and 9 years is obese. Despite the campaigns undertaken by the public health ministry, nothing indicates a decrease of these figures. On the contrary, recent researchs show that the common Brazilian diet is increasingly rich in sugars and saturated fats. Certainly, this is related with the general belief that industrial foods facilitate people’s daily routine, freeing up time to invest in productive activities. There is, however, another cause which is much more worrying: good nutrition has become a commodity and a privilege, and in consequence, eating healthy is getting more and more expensive.
A sus siete años de edad, Benilson Ferreira dos Santos pesa 47 kilos y padece asma y diabetes tipo dos, ambas enfermedades asociadas a la obesidad mórbida. Además de producirle fuertes dolores en las rodillas y la espalda, sus problemas de peso le dificultan significativamente la movilidad, impidiéndole desarrollar las habilidades físicas de un niño de su edad. Actividades cotidianas como caminar y correr lo cansan rápidamente y le producen asfixia, relegándolo a un sedentarismo que tiende a empeorar su estado de salud, equivalente, según los médicos que lo tratan, al de un adulto de más de 60 años.
Para evitar las indolentes burlas de sus compañeros de clase, hace unos meses sus padres tomaron la decisión de sacarlo de la escuela. Desde entonces, Benilson permanece mucho tiempo en casa, acompañado por una tutora particular. A pesar de que le gusta la lectura y ha resultado ser un dibujante talentoso, a su madre le preocupa el excesivo aislamiento que ha devenido de su enfermedad: pasa demasiadas horas frente a la televisión, se comunica muy poco con los adultos y manifiesta signos de irritación constante. Recientemente le diagnosticaron depresión clínica.
Cuando les conté que estaba escribiendo una nota sobre obesidad infantil para ser divulgada en una plataforma virtual de amplia circulación, los Ferreira dos Santos accedieron a tener una charla conmigo, “para ayudar en algo a que otros padres eviten exponer a sus hijos a una enfermedad tan degradante como lo es la obesidad” y “para que la gente tome conciencia de que se trata de un problema que nos involucra a todos”.
¡Y cuánto de cierto hay en ello! Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, en la actualidad la obesidad se ha convertido en una pandemia mundial y se encuentra asociada a las mayores causas de morbilidad tanto en adultos como en niños. Enfermedades cardiovasculales, diabetes y cáncer, son apenas algunas de las enfermedades mortales que atacan en todo el mundo a grandes masas de población, como consecuencia de los hábitos alimenticios insanos y la vida sedentaria de la cultura globalizada de nuestros días.
El fenómeno del sobrepeso parece haber surgido en los Estados Unidos de América, de la mano del desarrollo económico y la consolidación de una masa media de consumidores. Sin embargo, en consecuencia del crecimiento de las multinacionales de la industria alimentaria como Monsanto y Nestlé, durante las últimas décadas ha rebasado sus fronteras expandiéndose a los países en vía de desarrollo, e incluso al llamado tercer mundo. Latinoamérica es una de las regiones más afectadas del globo.
Hoy por hoy, sólo en el Brasil, uno de cada tres niños entre los 5 y los 9 años padece de obesidad, y pese a las campañas emprendidas por el Ministerio de Salud Pública, nada apunta a que estas cifras tiendan a disminuir. Por el contrario, investigaciones recientes revelan que la dieta del brasileño promedio es cada vez más rica en azucares y grasas saturadas, teniendo inicio en edades tempranas.
Lo anterior se encuentra asociado, sin duda, al hecho de que los alimentos industriales parecen facilitar la rutina diaria de las personas, liberando tiempo que se requiere para invertir en actividades productivas. Hay, sin embargo, otra causa que resulta muchísimo más preocupante: la buena alimentación se ha vuelto un bien de consumo, y en consecuencia, alimentarse bien, comer mínimamente sano, es cada vez más caro.
Las poblaciones más afectadas por la “sobre nutrición”, son entonces, no hay que adivinarlo, las más vulnerables en términos socioeconómicos.
En el fondo, el problema de raíz continúa siendo el mismo, aunque con una nueva cara: si hace veinte años uno de los mayores flagelos de la pobreza era la desnutrición, actualmente este lugar parece haber sido ocupado por la obesidad. Tal es la magnitud del asunto, que el remplazo de la leche materna por compuestos industriales como leches de fórmula, jugos artificiales, e incluso gaseosas en los bebés lactantes, se ha vuelto especialmente frecuente entre las poblaciones de capacidad adquisitiva media-baja: ¡un total horror!
Hace un par de meses, el documental Muito alem do peso (Mucho más allá del peso), lanzado por la productora cinematográfica María Farinha Filmes, profundizó sobre las prácticas alimenticias del brasileño promedio, revelando una realidad alarmante: el Estado se ha vuelto incapaz de proteger a los ciudadanos del creciente poder de las multinacionales de la industria alimenticia y el veneno que se vende en los estantes del supermercado.
Con el argumento (nada despreciable) de que estas super empresas producen miles de empleos, la regulación pública de los procesos químicos de producción y los procesos de distribución de comestibles parece haberse vuelto obsoleta. Así, mientras el Ministerio de Salud se hace el de la vista gorda, otorgándole a cadenas como Mc Donald’s el título de “amigo de la salud”, las condiciones de vida de millones de niños brasileños, como Benilson, se deterioran de forma creciente en medio de una indignante desinformación y un juego publicitario macabro. Se entiende entonces por qué a gurús de la alimentación, como el italiano Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food, no les ha temblado la boca para denunciar a la industria alimentaria de nuestros días como una verdadera “mafia criminal”.
Mientras duró mi conversación con los Ferreira dos Santos, Benilson no paró de dibujar retratos de personas, paisajes exóticos y joyas de la arquitectura universal. La finura de la línea y la expresividad del color me parecieron bastante sofisticadas para su edad, y pensé que era realmente talentoso.
En la calle, sin embargo, la gente sólo ve un niño gordo: una curiosidad obscena que consideran totalmente alejada de su propia realidad.
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