La industria turística en Cartagena de Indias: mercado cultural, identidades fluctuantes
Abstract: During the past ten years, Cartagena de Indias in Colombia, one of the most important commercial and slave trader ports of the Colonial Hispanic America, has become an international destination loved by tourists from around the globe. Nearly 6 million visitors arrive every year. Considering that the native population just surpasses one million inhabitants, it is not difficult to imagine that tourism represents a fundamental activity for the economy of the city. Nevertheless, this has not produced significant improvements in life conditions for the majority of the population. Instead, it has expanded social problems, producing a great paradox. While the touristic industry nourishes itself from the material and the immaterial patrimony of the region, its residents are expropriated, not only of the use of the urban space and the possibilities to benefit economically, but also of their own cultural traditions, which have become spectacles for the consumption of a foreign public.
En los últimos diez años Cartagena de Indias, uno de los principales puertos comerciales y negreros de la América hispánica colonial, y hoy por hoy una ciudad con gravísimos problemas de desigualdad social, se ha convertido en un destino internacional de primera, acondicionado para recibir turistas de todas las categorías.
Actualmente se estima el arribo anual de cerca de 6 millones de visitantes, de los cuales por lo menos unos 500.000, son extranjeros. Para una población de cabecera de poco más de un millón de habitantes, cerca de cuyo 30% vive por debajo de la línea de pobreza, estas cifras son significativas. No es difícil imaginar que el turismo representa una actividad fundamental para la economía del distrito.
Sólo para el año 2008, el 12% de las empresas registradas en la Cámara de Comercio de Cartagena se encontraban dedicadas al turismo, generando cerca del 11% de los empleos empresariales en la ciudad. Nada despreciable, si se tiene en cuenta que estas cifras se basan apenas en un sondeo de la economía formal, sin contar los cientos de miles de cartageneros que se ganan el pan diario en actividades informales relacionadas con este campo.
Desde la venta itinerante de productos gastronómicos y artesanales, hasta la exhibición callejera de ritmos y danzas típicas de la región, pasando por un amplio “bufé” de servicios sexuales, Cartagena se ofrece a sus visitantes como un paraíso de la informalidad.
El debate en torno al protagonismo de la economía informal en el escenario urbano se ha mantenido candente. Si para unos su presencia proporciona al visitante una experiencia cultural enriquecida, para otros representa una peligrosa amenaza a la imagen internacional del distrito, en cuanto se trata de un sector masificado que opera en la marginalidad y sobre el cual se ejerce un control limitado.
Para quien ya experimentó una mañana en el complejo de playas de La Heróica, como también es conocida la ciudad, este último argumento resulta contundente. Y es que para un turista desprevenido, lo que se esperaría fuera un tiempo de placer bajo el sol del Caribe puede llegar a convertirse en una verdadera pesadilla, al verse sistemáticamente abordado por vendedores ambulantes que exhortan la compra de sus productos a precios quintuplicados.
Pero si desde el punto de vista del turista y los intereses económicos del turismo formalizado, esto resulta claramente nefasto, es fundamental tener en cuenta que ante la falta de oportunidades laborales dignas que impera en la ciudad, para muchas familias la actividad informal constituye el único medio de ganar un mínimo para la sobrevivencia. Y cuando de sobrevivencia se trata, acosar rutinariamente a los visitantes foráneos se considera un trabajo honrado.
La respuesta a esta difícil tensión, por parte del sector empresarial, ha sido la segregación paulatina del comercio informal, estilizando y cooptando la cultura popular que se vende como parte de la industria del entretenimiento en Cartagena de Indias. Así, al tiempo que se restringe el uso libre del espacio público por parte de agrupaciones folclóricas y artistas locales, restaurantes y hoteles ambientan sus locales con espectáculos culturales pagados a precios irrisorios. Por lo demás, aquellos que cuentan con la suerte de figurar en estos escenarios son casos excepcionales.
Recientemente, los vendedores callejeros de comida popular fueron expulsados del centro histórico de la ciudad y reubicados en un sector periférico. Sin embargo, como parte de su menú, la industria gastronómica localizada en los sectores privilegiados, ofrece los mismos productos tradicionales a un valor desorbitante.
Algo similar ocurre en el campo del mercado sexual. Mientras que las prostitutas “de la calle” han sido confinadas a una zona concéntrica de tolerancia, ubicada en las afueras del sector amurallado, poderosas redes internacionales de prostitución ofrecen diferentes opciones a clientes de todas las nacionalidades, en medio de turbias complicidades con las grandes cadenas hoteleras.
La paradoja es evidente: al tiempo que la industria turística se alimenta del patrimonio material e inmaterial de la región, los residentes de carne y hueso son expropiados, no solo del uso del espacio físico y las posibilidades de beneficiarse económicamente, sino de sus propias tradiciones culturales, espectacularizadas para consumo de un público foráneo. Literalmente se vende cultura, sin que ello represente una mejora sustancial de la calidad de vida de los habitantes del distrito, gestores originarios de esa cultura que se vende.
Quienes se benefician son las grandes cadenas hoteleras como Sofitel, Charleston, Decameron, Hilton y los empresarios, en su gran mayoría inversionistas extranjeros, propietarios de pequeños hoteles de lujo, restaurantes especializados en comida internacional y típica, cafés italianos, franceses, alemanes, holandeses, sofisticadas tiendas de artesanía étnica, ropa, joyería y otros productos que anualmente facturan entre miles y cientos de miles (de millones) de dólares. Los dueños locales de estos establecimientos son, en su gran mayoría, poderosos empresarios implicados en redes de clientelismo político. Se trata de una verdadera enajenación.
Hoy el centro histórico de Cartagena, cuyas casas coloniales y republicanas fueran otrora el patrimonio familiar de múltiples generaciones de cartageneros, se encuentra colonizado por migrantes foráneos, la mayoría de los cuales no pasa más que cortas temporadas en la ciudad. Son escasos los moradores antiguos que no sucumbieron a la especulación inmobiliaria que desató el desarrollo del turismo a partir de los años noventa.
Para quien, como yo, creció en un barrio del sector amurallado, a pesar de la belleza de la imponente arquitectura colonial del centro cartagenero que conjura una experiencia de tránsito única, la sensación es la de caminar entre las ruinas de una riqueza cultural consumida. Si para un visitante la experiencia es colorida y mágica, para mí resulta aburrida y llena de plasticidad.
La siguiente es una canción de mi autoría compuesta en 2012. Habla de mi rabia y mi tristeza frente a lo que más que una industria pujante y productora de riqueza considero un espectáculo infame de expropiación:
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