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Mujer, joven, trabajadora y pobre

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Ana Laidy, de 25 años, junto a su hijo Wilfredo de 6, hace tortillas en un puesto del centro de San Salvador. El desempleo es mayor entre las mujeres, y muchas de las que trabajan lo hacen en autoempleo, en micronegocios como este.

Ana Laidy, de 25 años, junto a su hijo Wilfredo de 6, hace tortillas en un puesto del centro de San Salvador. El desempleo es mayor entre las mujeres, y muchas de las que trabajan lo hacen en autoempleo, en micronegocios como este. Fotografia de Francisco Campos, publicada con su autorización.

AbstractFor women in El Salvador, living in the city and having a steady job are not a guarantee for overcoming poverty. Thousands of female workers in sectors such as domestic service, and the textile and clothing industry, work for low wages with which they must keep their families. And they are not even the true face of extreme and deep poverty that other women suffer in more remote areas. They even consider themselves “lucky”.

Sandra toma en brazos a la bebé y le canta. Le canta con una voz suave y triste. Le acaricia la cabeza y la frente mientras la mece despacio, hasta que se queda dormida. Un rato después la lleva con cuidado hasta la cuna, la acuesta, la arropa, cierra la puerta con cuidado y se retira a la cocina.

—¿Su niño tiene la misma edad?—le pregunto.

—No, el niño tiene cuatro, tiene la misma edad de mi niño que cuidaba antes.

Sandra trabaja como empleada doméstica en San Salvador, la abarrotada capital salvadoreña, ubicada en el departamento del mismo nombre y en el que se calcula habitan unas dos millones de personas.

Vive en este lugar de lunes a viernes. Tiene suerte, dice, porque a ella la dejan salir los fines de semana para regresar a su casa en el campo, en la zona occidental del país, para cuidar a sus propios hijos. Su salario, de $200 mensuales, lo usa para mantenerse a sí misma y a su familia de cuatro miembros: $50 mensuales por cabeza, $1.70 diarios para sobrevivir.

En el oriente de la capital, Margarita llega a su casa, donde la esperan su madre, su abuela, y sus hijos de ocho y dos años.  La vivienda es pequeña, con pocos muebles. Es lo que puede pagar Margarita con su salario de operaria en una maquila. También dice ser afortunada, porque gana mensualmente $325, casi $100 más que el salario mínimo legal para el sector servicios, y casi $150 del mínimo para los trabajadores del sector de la confección. Esos $325 mensuales mantienen a cinco personas, con unos $2 al día.

Los parámetros internacionales indican que la línea de pobreza inicia precisamente en quienes deben sobrevivir con menos de $2 diarios, y la pobreza extrema en los que deben arreglárselas con $1 o menos al día.  Margarita y Sandra son, entonces, pobres. Son pobres a pesar de tener empleos remunerados, a pesar de vivir en la ciudad y a pesar de tener un grado básico de alfabetismo. Son mujeres jóvenes que viven en pobreza, y están empleadas en dos de las ramas del mercado laboral reservadas para las personas con menor preparación académica: los servicios domésticos y la maquila de la confección.

No representan el verdadero rostro de la pobreza, en la que están miles de mujeres desempleadas, o relegadas a trabajos domésticos no remunerados. No, ellas, que se creen afortunadas, viven en la ciudad y tienen un ingreso fijo. Y son, sin embargo, pobres.

En El Salvador, la pobreza en los hogares se mide con relación al costo de la canasta básica alimentaria. Bajo esta medida, y según los datos de la Encuesta de Hogares y Propósitos Múltiples (EHPM) que realizó en 2012 la estatal Dirección General de Estadística y Censos (Digestyc), un 34% de los hogares salvadoreños vive en pobreza. Sí, uno de cada tres. El dato de la pobreza en las mujeres no aparece desagregado en la EHPM porque la medición se hace por hogar y no por individuo.

Pero hay otros indicadores que permiten mostrar, por ejemplo, que los ingresos de las mujeres son menores, así como su grado de escolaridad. El ingreso promedio de la población ocupada en El Salvador es de $305.67 al mes. Para los hombres, el promedio es $324.55 mensuales, y para las mujeres, $281.65. La brecha de ingresos por género es de un 15.2 % menos para las mujeres, según la EHPM. En cuanto al analfabetismo, el dato nacional es del 14.7 % para las mujeres y del 9.9 % para los hombres. En la zona urbana, en las ciudades, hay dos mujeres analfabetas por cada hombre que no sabe leer ni escribir: el porcentaje para las mujeres es del 10.5 % y para los hombres, del 5.4 %.

Gran parte de las mujeres que se reportan con un trabajo, además, son las cabezas de micronegocios, que se autoemplean a ellas mismas y a sus familias. Entidades gubernamentales reportan que ocho de cada 10 microempresas del país han sido creadas y son manejadas por mujeres, principalmente jefas de familia.

El dato de escolaridad también muestra desigualdades. Para 2012, un 31 % de los niños mayores de cuatro años asistía a la escuela. El dato desagregado por sexos es de 34 % para los niños y 29. 5% para las niñas. En las ciudades, la asistencia escolar de los niños es del 35.2 % y la de las niñas, del 29.5 %.

La EHPM indica que un 10% de las mujeres ocupadas en el país se dedica al servicio doméstico. De las 1.06 millones de mujeres que forman parte de la fuerza laboral ocupada, 102,197 lo hacen en el servicio doméstico. Mujeres como Sandra que, en su gran mayoría, están bajo contratos orales y no gozan de prestaciones de salud ni de previsión social, y que en muchos  casos son víctimas de abusos, como muestra este documental corto de Marcela Zamora.

En el sector textil y de la confección laboran, por otra parte, unas 45,000 mujeres, según datos de la gremial de empresas del rubro, quienes afirman que un 60% son del género femenino. Los bajos salarios en comparación con otras actividades económicas y la experiencia en casos de abusos laboral en el pasado, han hecho que observatorios y organizaciones no gubernamentales abanderen la vigilancia y lucha por los derechos de las trabajadoras de este sector.

Sandra alista su maleta. Es viernes y regresa a su casa. Está feliz, dice, porque verá a sus hijos y les dejará dinero para la comida de la semana entrante.

—¿Cómo hace para que le alcance lo que gana?

—En “el monte” no es caro, como aquí, allá abunda un poquito más—, dice, y se despide.

 

En El Salvador, el desempleo es mayor entre las mujeres, que además cuentan con menor escolaridad. Ser mujer también significa recibir un sueldo inferior al que tendría un hombre, por un trabajo idéntico. Fotografía de Francisco Campos, publicada con su autorización.

En El Salvador, el desempleo es mayor entre las mujeres, que además cuentan con menor escolaridad. Ser mujer también significa recibir un sueldo inferior al que tendría un hombre, por un trabajo idéntico. Fotografía de Francisco Campos, publicada con su autorización.

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Mariana Belloso Twitter: @beiiosoMariana

Journalist, writer, editor, economics student, mother of two girls. Living and writing in El Salvador, Central America.